domingo, 29 de noviembre de 2015

Feliz cumple, papi.

Hoy era el día del cumpleaños de mi padre. Hubiese cumplido 84 y hubiera sido genial poderlo celebrar.

Recuerdo su último cumple. Ya estaba muy malucho en el hospital, y unos días antes surgió de casualidad que le pirraban los scalextrix, y que, según sus palabras, le hubiera gustado que hubiese sido un chico para haberlo tenido, que digo yo, que aún siendo chica, hubiese podido tenerlo igual. (me habría encantado).
Así que, hace hoy 18 años me presente con un enorme scalextrix en su habitación. La sorpresa que se llevó fue enorme, pedimos permiso y allí me puse a montarlo. Y al terminar, a jugar a los coches. Fue fantástico, durante un par de días, lo tuvimos montado, cada vez que venían las enfermeras, y hasta la doctora, jugaban una partidita con el. Y cuando llegaba yo, lo pasábamos pipa. Lo malo, es que al cabo de un par de días nos hicieron desmontarlo, por temas de limpieza y tal. Pero me queda la satisfacción de que esos días creo que fue feliz haciendo algo que siempre quiso, aunque fuese algo tan infantil como jugar a las carreras de coches.
Desde aquella lo tengo en casa. Algunas veces lo he montado y usado, y luego vuelve a la caja. En ocasiones he pensado en regalarlo, y sé perfectamente a quien, pero solo pensarlo es como dejar marchar a mi padre de nuevo, así que de momento aquí se queda. Es algo de lo que no me puedo desprender. Ni quiero.

Muy feliz cumpleaños, allá donde quiera que estés. Te quiero. Te echo muchísimo de menos.





miércoles, 18 de noviembre de 2015

Vacaciones 2015 en Francia - 4ª entrega

Día 6 – 10 de Septiembre de 2.015:   Le Havre-Etretat-Fecamp-Honfleur-Caen.

Hoy nos levantamos a las 6,30 de la mañana y cada día somos capaces de salir antes a la calle. Nos espera un día con muchas cosas y si no el tiempo no da. Además, es que sobre las 19:00 se paraliza todo.


Dimos una breve vuelta por Le Havre. Es una ciudad que sufrió muy duramente la guerra, porque fue prácticamente arrasada por los bombardeos de los aliados. En las décadas 50-60 fue totalmente reconstruida y ahora es una ciudad de cemento por completo. Incluso su catedral, con su gran torre. A mi no me gustó la ciudad, pero a Cris, que le gusta la estética industrial, le encantó.



Recogemos todo y vamos disparadas para Etretat, en la Côte d’Albâtre. Al llegar temprano tenemos muchísima suerte y podemos aparcar al lado mismo de la playa, mejor imposible. Como estamos sin desayunar decidimos hacer lo propio en un bar al lado del aparcamiento. ERROR. Nos cascan por cada desayuno 7.90€ (zumo de naranja pequeño, café con leche, cruasán, trozo de pan con mantequilla cada uno de ellos). A ver si del susto no nos sienta mal, pero sí necesitamos energía para subir a los acantilados. Al menos, la vista es impresionante.







Acercarse al paseo es una maravilla, una vista preciosa, el océano, la playa de guijarros (qué está prohibido coger), una piedra súper blanquita. Tenemos el Falaise d’Aval a nuestra izquierda y el Falaise d’Amont a nuestra derecha.  De primeras, nos vamos hacia el Falaise d’Aval u Ojo de la Aguja, que es un arco natural, formado por la erosión del mar y que mide más de 70 metros.  Antes de subir, parada en los aseos públicos, y adelante con las escaleras y la cuesta.







A cada rato nos vamos parando, con la lengua fuera (sobre todo, yo) y en cada parada parece que no puede ser más bonito. Pero sí que lo es. Impresionante. Desde allí se ve fenomenal la Aiguille de Belval (70 m).








Cada vez va subiendo más gente. Allá arriba, mientras Cris descansa en un apartado del sendero, yo me pongo a hablar con una bretona, entre su medio español, y mi medio francés, me cuenta que le encanta y que es una piedra muy blanda, muy blanquita, no como en Bretaña, que todo es más de granito oscuro.



Al final, llegué hasta un pequeño puentecillo entre roca y roca que después de mucho pensarlo fui capaz de pasar, aunque era de apenas 5 metros creo, pero que me tenía…como decirlo…muerta de miedito. Pero es que ya llegando ahí, no podía quedar sin pasar.







Al llegar arriba, vemos que hacia el otro lado hay un campo de golf. También vemos el acantilado de enfrente, la capilla que hay en lo alto y un aparcamiento, así que decidimos que allí iremos en coche, porque ya no podemos mucho más, pero también, porque si no se nos va todo el día ahí, y tenemos previsto hacer muchas más cosas.





Al regreso, también vamos haciendo paradas cada pocos metros, para sacar fotografías desde todos los ángulos posibles. Es impresionantemente precioso, lo veas por dónde lo veas.
Ya llegando al coche, nos damos cuenta que habíamos aparcado al lado de la tienda de recuerdos, con lo cual, para dentro de cabeza ¡cómo no! Todo nos encanta, ¡vaya problemón! Aprovechamos a darnos una vuelta por el pueblo, ya que aún nos queda un rato del ticket del aparcamiento. Estaban recogiendo el mercadillo que hubo en la plaza. Nos encontramos a nuestro paso una casa que es el mercado, ¡qué bonita! Consabido paseo por dentro, y ups, no se como, ahora tengo un gorro y una bufanda nueva…. ¡Cosas que pasan!










Y ahora vamos para el Falaise d’Amont y como vimos desde el otro lado, sí que hay aparcamiento. Pero vaya viento que sopla de este lado. Vemos que hay una capilla y la gente comiendo a su resguardo (fueron más inteligentes), nosotras posiblemente quedemos sin comer, dada la hora que es. Las vistas del Ojo de la Aguja desde ahí son impresionantes. En realidad que hay aquí que no lo sea. Y hacía la otra parte, vemos un monumento con las banderas francesa y estadounidense. Al acercarnos descubrimos que es el monumento Nungesser y Coli, es una flecha que domina la ciudad desde 1963 y que rinde homenaje a los dos aviadores que intentaron cruzar el Atlántico por primera vez a bordo del “Pájaro Blanco” el 8 de Mayo de 1927 y que fueron vistos ahí por última vez. El anterior monumento fue destrozado en los bombardeos.












Y dando una última visual a aquella vista tan maravillosa, decidimos que ya es hora de bajar y continuar ruta.


Nos dirigimos hacia Fecamp, de donde es originario el licor Benedictine (Abadía de los Benedictinos). Y como nos encontramos un Carrefour Express, nos hacemos con provisiones, y en un banco delante del puerto nos preparamos una comida excelente.


Después de comer nos encaminamos hacia Honfleur, tenemos la referencia que es el lugar más bonito de toda Normandía. Lo “malo” es que para llegar allí sin tardar una eternidad tenemos que pasar por el futurista puente de Normandía que atraviesa el Sena.  Porque la diferencia entre pasar o no por el puente para llegar a Honfleur, es 50 Km  y 1 h ó 140 Km y 2,5 h. En pasta, 5,40 €. Así que no quedó más remedio que pasar por él.  Para mí, una experiencia malísima. Por encima había obras en el carril de la ida, con lo que había un embotellamiento tremebundo, y luego la circulación se hacía por el carril de la izquierda, la ida y la vuelta.  Mide 2.143 metros. Íbamos a 50 km/h, y con las manos incrustadas al volante de tal manera que llegué al otro lado realmente agotada y dolorida. Mientras, Cris iba dentro como un niño en día de Reyes. Casi pegando botes y no daba abasto haciendo fotografías, aprovechó el tiempo al máximo al ir tan despacio, y le vino de perlas nuestro techo panorámico.




Al cruzar al otro lado, en una entrada de la carretera paramos para verlo desde ese ángulo. Tengo que reconocer que es muy bonito, pero cada vez le tengo más terror a los puentes y túneles. Tendré que hacérmelo ver, grrrr.
Al fin estamos en Honfleur. Encontramos sitio en un aparcamiento al lado del puerto, y le calculamos unas 2 horas. Jooo, se nos ha quedado cortísimo el tiempo.



Qué pueblo más lindo. Tiene un puerto precioso y con  muchísima actividad artística. Hacia el interior, encontramos la iglesia de Ste-Catherine, construida sobre una iglesia de piedra destruida durante la Guerra de los Cien Años, por carpinteros de barcos en el S.XV .


Chulísima, la hicieron de forma provisional y de madera, su techo tiene forma de quilla de barco invertida, y ya lleva más de 500 años.










Fuera de la iglesia, unos metros aparte, te encuentras con el campanario. Qué curioso. Nos dicen que estaría ahí para evitar el peligro que pudiesen ocasionar los rayos.













Nos entretenemos con cada rincón y el tiempo vuela. Da una pena irse.


















Pero es lo que hay, el tiempo de aparcamiento se termina y aún tenemos camino hasta nuestra próxima parada. Caen.


Pero por el camino, al pasar por la Côte Fleurie nos encontramos con la rica Trouville-sur-Mer con sus casas a la orilla de la playa y cruzando el río con la riquísima Deauville, con su hipódromo y su festival de cine americano (también conocida como el Mónaco de la costa normanda). Ambas con sus hoteles y casinos.







Localizamos sin problemas nuestro alojamiento, “Hotel LaFontaine”, nos toca una tercera planta ¡sin ascensor! Para morirse. Ya empiezo a estar un poco harta de que estos no pongan ascensor en ningún sitio, leñe, que las maletas pesan. Y por encima, ni pizca de wifi. Menos mal que ya teníamos localizado nuestro siguiente alojamiento, en previsión de que nos pillaba en fin de semana. 

Y ahora, a dormir, que mañana nos esperan nuevos lugares que descubrir.