Día 16 – 20 de Septiembre de 2.015: Vannes-Fôret de Paimpont-Fougères-Vitré-Rennes.
Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinnnnnnnnnnnnnnnn, son las 7 y a
estas alturas ya no hay quien escuche la alarma. Otra vez domingo y ya llevamos
visto casi todo de Bretaña (todo lo que traíamos planeado).
Hoy empezamos la última etapa bretona, así que seremos
previsoras y esta noche vamos de minimochila, con lo justo, porque mañana es
cosa de prepararse y marchar, porque toca carretera. No imaginábamos lo bien
que iba a venir. Además, que ya estoy hasta el gorro de jugar al “tetris” en el
maletero. Y listas para empezar un nuevo día.
En primer lugar nos vamos hacía el Fôret de Paimpont o de Brocèliande, entre el Valle sin Retorno y el Mirador de las Hadas, dónde dice la leyenda que Merlín encontró la espada “Excalibur”. Nuestra
primera parada es Paimpont, un bonito pueblo en el centro del bosque, de lo más coqueto y con muchos
puestecillos de recuerdos. Conseguimos plano de la zona en turismo y nos vamos
a conocer la zona. Aprovechamos para enviar las postales de recuerdo a los
amigos y familia. Si, esas postales que tardaron semanas en llegar al destino.
Nos vamos al Valle sin Retorno, en Tréhorenteuc, allí está el “Arbre d’Or” (Arbol
de oro) y un estanque llamado “Miroir aux Fées” (El espejo de las hadas). Desde
el parking tuvimos que caminar un ratito por un camino de tierra hasta que
llegamos a la zona boscosa. Al poquito rato encontramos el árbol y el estanque. Al final, el árbol de oro viene siendo una obra artística que surgió en el año 1.990 a raiz de un incencio que hubo en ese bosque y que a mi me pareció un pelín hortera, pero bueno, para gustos. Había un pequeño puente por el que seguía el camino dando la ronda larga, pero
que ya teníamos claro que no íbamos a seguir porque queríamos aprovechar el
tiempo en otras cosas. El caso es que yo quería ver el estanque desde el otro
lado, y claro, una que yo se me, me dice: no vayas a resbalar, voy yo primero.
Y claro, ¿qué pasó? Pues que resbaló y se torció un pie. Jajajaja, bueno,
pobre, con lo que le dolía. Ayyy, menos mal que no fui yo, que si no, a ver
como conducía el coche. No fue nada importante, al día siguiente casi como
nueva, lo malo es que en el día dio mucha lata.
Nos dimos una vueltecilla por
la Capilla del Santo Grial o Iglesia de Sainte Orenne, cuya restauración, entre 1.942-1.962, corrió a cargo de un apasionado de las leyendas artúricas, el abad Guillard. En sus vidrieras está relatada la vida de Onenna, la hermana del rey Judicaël, que estaba enterrada ahí y la decoración de los cuatro tableros que decoran el coro muestran escenas de leyendas artúricas y el mito del Grial. Y ya de allí hasta Concoret.
Ahí nos encontramos “La chêne de Guillotin”, un árbol milenario fantástico. Uhhmmm, ¡qué ganas de
abrazarlo! ¡Cuánto habrá visto ese árbol! Seguimos rulando un rato por la zona
y ya continuamos ruta hacia Rennes.
Llegamos a Rennes, pero no paramos a visitarla. Queremos
aprovechar la tarde viendo unos pueblos cercanos. Nos vamos a ver la habitación
que tenemos reservada, frente a la Gare, en el “Citotel La Bretagne” con tan
buena suerte que nos ha pillado una zona de obras. Así no hay quien de con el
sitio ni quien aparque. ¡Vaya ojo! Como podemos, aparcamos, y nos vamos a hacer
la entrada en el hotel. El tío nos debe tomar por tontas, pero bueno, hay
ascensor, algo es algo, jajaja. Y con una vista bastante chula con la estación
enfrente, si no fuese por las obras.
Por la tarde nos vamos hacia Fougères, en dónde destaca la
iglesia y el castillo. La iglesia tiene una veleta que termina en punta de
flecha y una cola enorme para subir a la torre. Lo malo es que el pie de Cris
al ir enfriando le duele cada vez más y la pobre casi ni puede caminar. Así
que, entre la cola, que no dejo a mi cojita sola y que todavía me duran las
agujetas de subir a la torre de Josselin paso de la torre. Al castillo ya no
nos acercamos, pero en las fotos, lo vemos chulísimo. Damos una pequeña vuelta
por el pueblo, subimos a ver un jardín cercano y nos vamos a ver nuestro último
pueblo Bretón.
Vitré. Tiene un castillo chulísimo. Me recuerda a aquellos
castillos de cuando era niña (Exin castillos, creo, el que siempre quise tener
y no tuve), con sus torres, tejadillos negros, ¡precioso! Ciudad medieval,
empedrada, preciosa, lo malo es que con el pie malo, vimos lo justo.
Conseguimos llegar a la entrada del castillo, estamos entrando al patio y sale
una tía por una puerta hablando como una metralleta. Le decíamos que no la
entendíamos pero ella, a lo suyo. Resumiendo, que nos puso fuera porque era la
hora de cerrar. No nos dejó ni sacar una foto. Qué mala leche. Y la catedral ya
la vimos cerrada desde lejos, así que, nada. ¡Qué pronto cierra todo aquí! Nos
tomamos un cafecillo y nos vamos.
Y ya con eso, regreso a nuestro hotel de Rennes. Después de
varias vueltas, encontramos un aparcamiento cercano, en dónde si salimos pronto
(y saldremos, porque toca largo camino) no tendremos que pagar por el coche.
Nos vamos a comprar unos últimos regalos para casa y nos dimos un homenaje.
Cena bretona con sidra de la zona para despedir nuestra estancia aquí.
Si todo va bien, mañana ya dormiremos en Andorra. Así que, a
descansar que buena falta va a hacer.
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